Todos tenemos asumido que con Septiembre comienza una fase en la
situación económica, social, política e ideológica en la que no caben
dilaciones, análisis de coyuntura o flirteos institucionales. Todo lo ocurrido,
hasta ahora, no es otra cosa que un largo período de acumulación de fuerzas,
acciones y proyectos para abordar esta recta final que tiene su inicio formal
con la petición de rescate que el Reino de España haga a la UE. Durante ese
período de tiempo que tiene su inicio en Maastricht las políticas neoliberales,
de mano de una y otra columna del bipartidismo, se han ido imponiendo y
arrasando las defensas ideológicas de la izquierda, sus valores, sus
organizaciones. Y con ello han minado el arraigo que antaño tuvieron entre sus
naturales defensores. El que de los restos del naufragio queden islotes,
presencia combativa e indómitas voluntades organizadas en precario, no resta un
ápice a la realidad que estoy describiendo.
Septiembre nos va a resumir, vía recortes y pérdida total de la llamada soberanía nacional un cuadro que de manera muy resumida voy a desarrollar en una serie de ítems:
1. Una deuda absolutamente impagable.
2. Un país, sus hombres y mujeres, sin horizonte alguno y sin plazo de futuro.
3. Un país que se diluye en la medida en que sus jóvenes (la España del futuro) carecen de alternativa alguna. La emigración sólo es viable para algunos titulados; para el resto sólo quedan la familia y las esporádicas peonadas de un trabajo jornalero aquí y allá.
4. La estúpida (por irreal y alucinógena) imagen de la Europa cristalizada en la UE, ha dejado de ser ya un referente para nada serio y avanzado en derechos humanos, laborales y convergencia social.
5. El pacto de concupiscencias, la transacción que fue la Transición, ha mostrado su auténtica matriz: una operación de afeite y acicalamiento para que el franquismo económico y social se bañase en el Jordan democrático y permaneciese indemne.
6. El llamado Estado de Derecho es una ficción en la que los tres Poderes del Estado rivalizan en desafueros, mal ejemplo y pérdida de credibilidad.
7. Como consecuencia de lo anterior España está asentada en la permanente inseguridad jurídica.
8. Una economía que tras el espejismo del ladrillo se muestra carente de tejido productivo moderno, sin proyecto ni plan de futuro y sobre todo, sin ganas de tenerlo.
9. Un sistema bancario que en connivencia con otras fracciones de la oligarquía, se ha dedicado a esquilmar a su propio país. Los escasos exponentes de capacidad creadora y mantenedora de puestos de trabajo sienten ya la llamada a su fin.
10. Un sistema político que, con las excepciones de rigor, no da para más. Desde el vértice del mismo hasta la más amplia base no es otra cosa que una alianza de intereses espurios, concomitancias con medios de comunicación convenientemente abducidos y conmilitones en el festín.
Todo ello en una serie de exhibiciones de chulapos y chulapas de la política y el casticismo más cutre en la que lo anecdótico, lo fugaz, lo anecdótico, suplantan la seriedad, el rigor y el sentido de la ponderación. No hay más que seguir durante una semana los informativos nacionales o de comunidad autónoma para ver que no exagero en absoluto.
El problema que tenemos ante nosotros, mujeres y hombres de la izquierda, trasciende los márgenes partidarios, los límites conceptuales clásicos y nos demanda una nueva manera de abordarlos, un nuevo discurso, una nueva terminología, unos nuevos esquemas organizativos. La organización llamada Partido no puede ser un conglomerado de afinidades y de fórmulas lingüisticas heredadas de una tradición más reciente. Precisamente en la tradición más clásica, encontramos la concepción de Partido como Teoría y Práctica organizadas para ser sembradas en la sociedad. La apelación al ciudadano elector ya no vale si no va acompañada de la constancia en la presencia diaria.
El problema que tenemos ante nosotros no es otro que conseguir que la mayoría de dominados y perjudicados deje de ser mayoría en sí y se convierta en mayoría para sí, tal y como Marx dijera de la clase obrera. Porque solamente esa mayoría convertida en poder alternativo puede acabar con este estado de cosas. Nosotros hemos rozado esa nueva visión y esa nueva práctica, pero nos dio miedo, vértigo. Volvamos otra vez a ello arrostrando las consecuencias de todo tipo que ello conlleve. La realidad nos lo demanda.
Septiembre nos va a resumir, vía recortes y pérdida total de la llamada soberanía nacional un cuadro que de manera muy resumida voy a desarrollar en una serie de ítems:
1. Una deuda absolutamente impagable.
2. Un país, sus hombres y mujeres, sin horizonte alguno y sin plazo de futuro.
3. Un país que se diluye en la medida en que sus jóvenes (la España del futuro) carecen de alternativa alguna. La emigración sólo es viable para algunos titulados; para el resto sólo quedan la familia y las esporádicas peonadas de un trabajo jornalero aquí y allá.
4. La estúpida (por irreal y alucinógena) imagen de la Europa cristalizada en la UE, ha dejado de ser ya un referente para nada serio y avanzado en derechos humanos, laborales y convergencia social.
5. El pacto de concupiscencias, la transacción que fue la Transición, ha mostrado su auténtica matriz: una operación de afeite y acicalamiento para que el franquismo económico y social se bañase en el Jordan democrático y permaneciese indemne.
6. El llamado Estado de Derecho es una ficción en la que los tres Poderes del Estado rivalizan en desafueros, mal ejemplo y pérdida de credibilidad.
7. Como consecuencia de lo anterior España está asentada en la permanente inseguridad jurídica.
8. Una economía que tras el espejismo del ladrillo se muestra carente de tejido productivo moderno, sin proyecto ni plan de futuro y sobre todo, sin ganas de tenerlo.
9. Un sistema bancario que en connivencia con otras fracciones de la oligarquía, se ha dedicado a esquilmar a su propio país. Los escasos exponentes de capacidad creadora y mantenedora de puestos de trabajo sienten ya la llamada a su fin.
10. Un sistema político que, con las excepciones de rigor, no da para más. Desde el vértice del mismo hasta la más amplia base no es otra cosa que una alianza de intereses espurios, concomitancias con medios de comunicación convenientemente abducidos y conmilitones en el festín.
Todo ello en una serie de exhibiciones de chulapos y chulapas de la política y el casticismo más cutre en la que lo anecdótico, lo fugaz, lo anecdótico, suplantan la seriedad, el rigor y el sentido de la ponderación. No hay más que seguir durante una semana los informativos nacionales o de comunidad autónoma para ver que no exagero en absoluto.
El problema que tenemos ante nosotros, mujeres y hombres de la izquierda, trasciende los márgenes partidarios, los límites conceptuales clásicos y nos demanda una nueva manera de abordarlos, un nuevo discurso, una nueva terminología, unos nuevos esquemas organizativos. La organización llamada Partido no puede ser un conglomerado de afinidades y de fórmulas lingüisticas heredadas de una tradición más reciente. Precisamente en la tradición más clásica, encontramos la concepción de Partido como Teoría y Práctica organizadas para ser sembradas en la sociedad. La apelación al ciudadano elector ya no vale si no va acompañada de la constancia en la presencia diaria.
El problema que tenemos ante nosotros no es otro que conseguir que la mayoría de dominados y perjudicados deje de ser mayoría en sí y se convierta en mayoría para sí, tal y como Marx dijera de la clase obrera. Porque solamente esa mayoría convertida en poder alternativo puede acabar con este estado de cosas. Nosotros hemos rozado esa nueva visión y esa nueva práctica, pero nos dio miedo, vértigo. Volvamos otra vez a ello arrostrando las consecuencias de todo tipo que ello conlleve. La realidad nos lo demanda.
Publicado en el Nº 252 de la edición impresa de Mundo Obrero Septiembre 2012
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